El sargazo no para de proliferar y forma una “cintura” en el Atlántico
La proliferación de las algas, conocida como el Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico, ya mide varios miles de kms y se extiende desde las costas de África Occidental hasta el Golfo de México. Es una amenaza cada vez más incontrolable para el turismo caribeño.
En mayo de este año se registró un largo total de 8.850 km del Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico, formando una masa de 37,5 millones de toneladas de materia flotante. Fue la más extensa jamás observada en alta mar, y su expansión no muestra señales de detenerse.
La formación del GCSA comenzó a ser detectada en 2011 y el fenómeno tuvo un crecimiento acelerado. Las algas, antes limitadas al Mar de los Sargazos, se están expandiendo por todo el Atlántico, transformando profundamente el ecosistema marino. Esta proliferación sin precedentes es el resultado de una compleja interacción de factores ambientales y actividades humanas.
Originalmente confinadas a áreas de baja nutrición como el Mar de los Sargazos, las algas ahora se extienden hacia aguas ricas en nutrientes, alimentadas principalmente por la contaminación de actividades agrícolas, aguas residuales y la contaminación atmosférica. Según el investigador Brian Lapointe, del Instituto Oceanográfico Harbor Branch, esta sobreabundancia de nutrientes ha creado las condiciones ideales para el desarrollo del sargazo. Uno de los mayores contribuyentes a esta expansión es el río Amazonas, que, durante la temporada de inundaciones, libera grandes cantidades de nutrientes al Atlántico, alimentando la proliferación de estas algas. El cambio climático, el recalentamiento del agua del océano y las alteraciones en los patrones de corrientes marinas también están acelerando este fenómeno. A medida que las temperaturas aumentan, el sargazo se extiende a nuevas áreas, desde el Golfo de México hasta el Atlántico central.
Aunque esas algas juegan un papel vital en los ecosistemas marinos, al proporcionar un hábitat para más de 100 especies marinas, su proliferación masiva está trayendo efectos nocivos. Cuando estas algas llegan a las costas de las Islas del Caribe, el Golfo de México o África Occidental, se descomponen rápidamente, liberando gases tóxicos como el sulfuro de hidrógeno, lo que genera molestias para las poblaciones locales, afecta la calidad del aire y provoca un impacto negativo en el turismo.
Además, la descomposición del sargazo crea zonas muertas en el océano, lo que perjudica a los arrecifes de coral y altera la biodiversidad marina. En algunos casos extremos, como en Florida en 1991, la acumulación de estas algas incluso afectó infraestructuras críticas, como plantas de energía, que tuvieron que cesar sus operaciones.
El impacto de la proliferación del sargazo va más allá de las costas. Al descomponerse, estas algas también liberan gases de efecto invernadero, como el metano, lo que contribuye al cambio climático global. Este fenómeno podría ser una nueva amenaza para el ciclo del carbono, afectando la regulación natural de gases en la atmósfera y exacerbando el calentamiento global.
Frente a esta proliferación sin precedentes, la comunidad científica, los ambientalistas y las poblaciones locales piden una acción internacional coordinada para monitorear y controlar el fenómeno. Señalan que lo que antes se consideraba un problema costeño ahora está afectando incluso a los océanos abiertos. Este fenómeno podría expandirse a otras zonas del mundo, como el Pacífico o el Índico, si no se toman medidas para reducir los nutrientes que aportan las actividades humanas a los océanos. La línea entre la contaminación local y la salud global de los mares se ha difuminado, y las transformaciones que se están produciendo podrían tener repercusiones a gran escala.