La encrucijada de los pasaportes sanitarios
A medida que avanza la vacunación y las pruebas del Covid-19 se extienden en la población mundial, los llamados pasaportes sanitarios se revelan como la estrategia más eficiente para la reactivación de los viajes. Sin embargo, las dudas sobre la eficacia y conveniencia de este mecanismo se mantienen sin resolver.
Los “pasaportes digitales de salud” o pasaportes sanitarios han sido diseñados, básicamente, para certificar que un viajero cumple con los criterios de entrada vigentes en un país o jurisdicción determinada mediante un proceso ágil y confiable, todo gracias a las posibilidades de la tecnología digital. Para las aerolíneas y demás empresas de viajes se trata del camino más expedito para reanudar la actividad en un mundo aún marcado por todo tipo de restricciones de movilidad y barreras de ingreso a los territorios.
Pero si bien estos pasaportes prometen desempeñar un papel clave en la puesta en marcha, por ejemplo, de los viajes corporativos en el ámbito internacional, quedan muchas preguntas por abordar y responder en materia de protección y seguridad de los datos, armonización y coordinación entre las distintas plataformas y la inequidad derivada de su implementación.
La seguridad de los datos, por ejemplo, es un asunto fundamental en la UE, en donde hay reglas particularmente estrictas en su régimen de Regulación General de Protección de Datos (GDPR). En ese sentido, algunos proveedores de pasaportes garantizan en sus plataformas el almacenamiento de datos en sistemas descentralizados, evitado así su vulnerabilidad ante probables robos.
Entre los pasaportes que adoptan este enfoque se encuentran el Digital Health Pass de IBM, el Certus MyHealthPass del proveedor de seguridad suizo SICPA y el AOKpass, desarrollado por la Cámara de Comercio Internacional y el especialista en gestión de riesgos de viaje International SOS y que ahora se está probando con varias aerolíneas, incluidas Air France y Etihad. La IATA también adoptó este enfoque en su aplicación Travel Pass, que a mediados de marzo comenzó su primera prueba completa con Singapore Airlines.
Sin embargo, para muchos expertos un error inherente de estas plataformas es que pueden crear dos tipos de viajeros: los que pueden acceder a la vacunación o a un test Covid-19 y los que no. Alegan que es una suerte de privilegio inmunológico que perjudicaría a varias personas, muchas de las cuales ya eran víctimas de desigualdad y discriminación mucho antes de la pandemia. En España, por ejemplo, la discusión está vigente entre los profesionales de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC): mientras unos consideran que el pasaporte sanitario es discriminatorio e innecesario, otros lo ven como una oportunidad para el turismo.
Los detractores no solo esbozan el riesgo de crear “ciudadanos de primera y de segunda” y marcar aún más las diferencias entre países ricos y pobres, sino que acuden a razones médicas de peso, como la ausencia de datos que ratifiquen la eficacia de las vacunas y la duración de la inmunización, lo cual puede conducir a “una falsa sensación de seguridad”.
Otra cosa piensa el profesor experto en Turismo de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC, Pablo Díaz, para quien este tipo de certificaciones, como la lanzada recientemente por la UE, son adecuadas para poder “dar oxígeno al turismo”. Según Díaz, se trata de una medida claramente económica destinada a salvar la industria de viajes y que, en el caso de los turistas de mayor edad, se entiende como un acto compensatorio ya que esta población estará vacunada antes que todos y eventualmente podrían moverse primero.
Según Díaz, los viajes internacionales de turismo, por lo menos en el caso de Europa, llevan décadas entendiéndose “como un derecho de las clases medias y altas de las economías desarrolladas”, por lo que sí debería ser prioritaria la apertura de las fronteras europeas vía la implementación de los pasaportes sanitarios de cara al verano de 2021.